miércoles, 12 de octubre de 2022

Asimetría

Hoy habría sido el cumpleaños de mi mamá. He estado meditando sobre las millones de cosas en las que pienso al día para no pensar tanto en lo que me hace falta. Me armo otros problemas, parece, para no pensar con tanto foco en cómo no me he vuelto a sentir feliz desde que murió. No es una pena constante. No es llanto diario. Es una sensación pura y dura; no he vuelto a ser feliz. Es una anestesia, un escudo, un trampolín que me lanza de un lado a otro sin dejarme caer pero tampoco aterrizar segura. 

Hoy me desperté pidiéndole que como regalo de cumpleaños, me diera un poco de claridad. Le habría gustado que la tuviera. 

sábado, 8 de octubre de 2022

El ensayo

Encontré esta frase leyendo una crítica a The rehearsal: "When you assume what others think, maybe all you’re doing is turning them into a character that only exists in your mind.”

viernes, 7 de octubre de 2022

Una de las cosas que más me gustaba de mi en los tiempos pretéritos de mi juventud era cómo escribir me vaciaba la cabeza. Pero ya hace tanto tiempo que solo me dedico a escribir para otros, –generalmente cosas que no me interesan en lo más mínimo y que no tienen nada de personal, ni de reflexivo siquiera– que perdí ese vicio de sentarme frente a un computador o un cuaderno todas las noches y teclear sin pensar en nada, porque nadie me estaba leyendo, porque no era para nadie, como cuando tenía 20 años. 

Hablando ayer con J me puse a pensar que esa fue la época cuando más era yo misma. Han pasado tantos años que hoy soy como una versión boutique, ultra procesada, esquematizada incluso de lo que yo quería ser cuando grande. Me dediqué a esconder, barrer, pulir todo lo que no me gustaba tanto; la timidez, la eterna sensación de estar haciendo todo mal, de ser poco inteligente, de que no se me ocurriera qué decir o se me ocurriera diez cuadras más tarde, de querer estar sola siempre. Todo eso que era, hoy está ahí mismo, pero bajo muchas capas. Apareció una versión a la medida de lo que yo pensaba que tenía que ser. Todos los días tengo que actuar para no ser *tan* como soy, pero ya se me hizo costumbre. Entonces ¿soy esta de ahora o sigo siendo la de antes pero con estuco tan grueso que no se ve nada para dentro? 

Hace unas semanas se cayó el marco de madera de una de las ventanas del departamento donde vivo, que tiene unos 40 años más que yo. Mientras trataba precariamente de arreglarlo, se cayó más. Y apareció el papel mural original de esta casa, tan editada como yo. De flores que ahora son tipo sepia y anticuadas. Pensé en la persona que tomó la decisión de vivir rodeado de flores tan feas. Pensé después en la persona que decidió que había que pintar todo blanco como un lienzo y dejar este departamento listo para que una millenial amante del parquet de madera como yo, pudiera recrear su fantasía Pinterest con sobre precio. A mí esto de las analogías no se me da tan bien, pero esperen. Pensé en comenzar a raspar la pintura blanca para ver cómo se vería mi pieza tapizada en flores, pero después me arrepentí obviamente. Ya no hay vuelta atrás, la esencia de esta casa ya fue editada, borrada y vandalizada. Ahora su destino es ser blanca, inocua, sin personalidad propia o lo suficientemente neutra como para adornarla y que no choque con el diseño. Ah, ya. 

Me puse a escribir en un cuaderno que encontré, pero me salió tan en un tono confesional de diario de vida con candado, que me dio verguenza. Ni con mi diario puedo ser honesta, pensé. Comencé a tratar de escribir más bonito por si alguien lo encontraba cuando me muera. Así fue cómo boté a la basura todos mis diarios de adolescente, que eran el único espacio de privacidad real que tuve por años. 

Ya después en la época en que más escribía, cuándo aparecieron los blogs y todos tenían uno, también me editaba, pero menos. Me gusta mucho acordarme de ese tiempo. Podía explorar las pequeñas cositas que me pasaban en el día en un tono íntimo pero no cursi (o eso quiero creer) y solté la mano y lo pasaba bien. El problema fue cuando alguien lo encontró y me empezaron a leer. Una mezcla de verguenza y orgullo que siempre siento cuando alguien me halaga o se interesa por mí, aunque fuera por la pura copucha. Me acuerdo cómo empecé a editarme cada vez más, así como para que nadie se diera cuenta de nada de lo que realmente me pasaba, porque los sentimientos se convirtieron o siempre han sido algo tan mucho, tan poco yo. Me puse críptica, como soy ahora. 

Después lo dejé, como dejo todo lo que se pone difícil. Volvía a veces, sobre todo cuando terminaba con un pololo eterno y poco disponible, que me hacía sentir la peor persona del mundo. Pero solo era un desahogo temporal y otra vez críptico, un ejercicio para ver si podía volver a ser la yo de antes, más inocente y sin tantos filtros. Pero nunca me resultaba, porque ya tenía la costumbre de esconderme, de evadir. Ahora mismo he vuelto al primer párrafo y al segundo y al tercero a corregir cosas, a sacar algo que pudiera ser demasiado revelador. Es también un gaje del oficio, como se dice. Estoy todo el día corrigiendo, aumentando, ordenando, puliendo, restando, tratando de mostrar hasta lo más aburrido como algo atractivo. 

No sé qué opino de hacer este ejercicio nuevamente, salga como salga. Me parece un poco infantil querer mostrarse tanto. Es difícil encontrar una foto mía en toda la internet, como me dice R. Hay gente a la que se le da fácil, pero siempre siento que tienen una agenda oculta. Como un tipo con el que salí una vez y que sube a instagram extractos de su diario. No sé cual es el propósito, no me parece mal, pero ahí hay una agenda, estoy segura. El acto en sí de escribir un diario es un poco exhibicionista, hasta con uno mismo. Quizás sí quiero que alguien lo encuentre y me diga "qué ridícula eres" para dejar de hacerlo o "me encantó, siempre te leo" y dejarlo porque qué se tienen que meter en mi vida. 

En una comida de mi trabajo salió el tema de los blogs de los primeros dos miles. Casi todos tenían Fotolog, que a mí me parecía horroroso. Yo conté que tenía un blog y todos se sorprendieron, porque ya cree esa mitología a mi alrededor de que soy una persona que apenas habla de sí misma si no es en talla. Qué escribías, me preguntó uno. "Mis pensamientos", le contesté, haciéndome la proto-emo. 

Yo leo el diario de una persona, sin que él lo sepa. O sea, está publicado en internet, es de libre acceso. Me encanta leerlo, me cae bien. He llegado a leer entradas tan antiguas que reconozco como ha ido cambiando su estilo, así como captar que las cosas que le pasaron hace ocho años son similares a las que le están pasando ahora. Me siento muy copuchenta, pero él lo lanzó a este vacío infinito que es internet y yo no soy quien para avisarle que está reaccionando igual hoy a cómo reaccionó al mismo problema en una entrada del 2014. Cada uno hace lo que puede. 

Mi agenda con esto –lo que sea que sea esto–, ni yo la tengo clara. ¿Podría escribir en un Word? Sí, pero se me venció la licencia. ¿Podría hacerlo en un Drive? Sí. ¿Tengo la esperanza de que alguien lo lea? Sí y no. Escribir un diario, insisto, es de todas formas exhibicionista hasta con uno mismo, así que por qué no ser exhibicionista con todo el mundo. También me interesa el intercambio de un modo más epistolar quizás, porque tal vez hablar sola en pleno siglo XXI es demasiado anticuado y si nadie lo lee, ¿realmente pasó?



lunes, 19 de octubre de 2015

Oh, you've got green eyes



¿Han visto esos reportajes de la tele para relativizar la culpa de la sociedad con la tercera edad, donde los muestran felices y llenos de actividades como yoga o zumba y aparecen bailando torpemente, con sus buzos cortos y zapatillas pasadas de moda y dando cuñas como "Me siento como de 20 años" y el periodista musicaliza la nota con alguna canción que estuvo de moda junto con los dinosaurios y uno piensa "Si este viejito puede ser feliz con una clase de baile gratis de la municipalidad, por qué chucha yo no puedo ser feliz con literalmente nada?"

Y pensai; sólo los niños y los viejos son felices con poco.



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